Alejandro Cánepa es licenciado en Ciencias de
Medios y
Donación de Órganos
Marta Luna trabajaba de maestra en Santiago
del Estero cuando sus riñones comenzaron a fallar. Tuvo que pasar dolorosas
sesiones de diálisis para seguir viviendo, hasta que se encontró un donante y
finalmente pudo recibir el nuevo riñón. Pero su cuerpo rechazó al órgano. La
solidaridad se acercó de vuelta y otro riñón, esta vez totalmente compatible,
fue trasplantado a Marta. Hoy, ella y muchas otras personas trabajan en todo el
país para lograr que en Argentina dar vida después de la muerte sea una costumbre
y no una rareza. Pero más allá de Marta y de tanta otra gente solidaria, las
más de cinco mil personas que en todo el país están en lista de espera por un
riñón, un corazón, un hígado, un pulmón o una córnea, necesitan, sí, como algo
de vida o muerte, que la sociedad comprenda a la donación como un gesto de
amor.
Sería interesante preguntarse, entonces,
qué rol cumplen-y cuál deberían cumplir-los medios de comunicación. Más allá de
que nunca se sabe exactamente cuánta influencia pueden tener los medios en la
sociedad, sí sabemos que, en mayor o menor medida, logran instalar temas en la
conversación cotidiana. Entonces, la pregunta sería: ¿cómo aparece construida
la problemática de la donación de órganos en los medios? ¿Cuáles son las
presencias y las ausencias? ¿Cómo encaran la tevé, la radio, los medios
gráficos y electrónicos, un tema tan sensible?
Lo primero son los niños. Al menos, así
parece cuando se habla de donación de órganos en los medios masivos. El 90 por
ciento de los casos en los que aparece el tema en los medios es cuando un chico
está al borde de la muerte. Así, cuando la salud de Jonathan, Lucila, Mariela,
Agustín, Morena o Thiago corre peligro, la mayoría de los medios se hace eco y
se multiplican los titulares al estilo “Un corazón para Belén”; mientras los
pasillos de los hospitales se pueblan de personas con velas y carteles de
apoyo. De este modo, en la agenda
propuesta por los medios los únicos casos visibles de personas que necesitan un
órgano para sobrevivir son los chicos.
Yo pregunto: ¿cuántos casos recordamos de
personas de 40 o 50 años que hayan salido en los medios porque estaban a punto
de morir de una hepatitis fulminante y se necesitaba un donante de manera
urgente? Para no hablar de los mayores de 60 años; ellos no existen, como si la
desesperación por no conseguir un órgano tuviera menos peso social si la
persona afectada tiene más vida transcurrida.
Creo entonces, como un primer paso a dar por
los medios, que habría que ser más equilibrados en el muestreo de casos, y no
instalar únicamente las situaciones de pacientes chicos, por más que sean más
conmovedores y más marketineros. Si queremos lograr identificación en quien ve,
escucha o lee la noticia, justamente deberíamos mostrar un abanico más
representativo, para así demostrar que cualquiera, literalmente, puede
necesitar un órgano. Hoy por hoy pareciera que los casos urgentes de
trasplantes se circunscriben a que, cada tantos meses, aparezca algún chico en
emergencia.
Hoy la ciencia nos permite sobrevivir con un
órgano donado por otra persona, y esa posibilidad no se puede perder por tener
algunos años más. No se trata de no hablar de los chicos, que ya bastantes
olvidos sufren, sino de reconocer que hay otros sectores igual o más olvidados.
Y que la lógica del impacto fácil con la foto de una nena de cinco años no
ayuda a fomentar más conciencia, si no se muestra que por cada chica así hay
una persona jubilada que espera una córnea, una maestra que necesita un riñón,
un padre de familia que aguarda un corazón. Me parece especialmente peligrosa e
inhumana la idea de que como los chicos tienen toda la vida por delante, eso
justifica acortársela a otro. Me suena a un razonamiento de un inversor:
invierto acá, porque sé que en el futuro esto me va a redituar. Justamente creo
que cuando ese tipo de razonamientos contamina todo tipo de áreas, es que se
vuelve peligroso. Porque pregunto…¿entonces tenemos que asumir que “invertimos”
en chicos no por convicción, sino por interés? ¿Y que por lo mismo, los
“viejos” no nos son rentables?
Por otra parte, creo que es conveniente
empezar a reemplazar expresiones como “apareció un donante”..o “apareció un órgano”, porque quedan como si
obtener riñones, corazón, pulmones, etcétera, fuera algo mágico, o algo
natural, como la lluvia o el arco iris. Uno dice “apareció el arco iris”, o
“apareció un trébol de cuatro hojas en el jardín”. Los órganos no, es la propia
sociedad la que, aunque nos suene rara la expresión, los “produce”. Para que un
trasplante se pueda hacer, y evitar la muerte o años de sufrimiento a otra
persona, tienen que darse muchas condiciones: cantidad de donantes, edad, tipo
de enfermedad de la que murió, compatibilidad. No tiene nada de mágico ni de
milagroso. Al menos, no en estos sentidos. Si después la religión nos ayuda a
pasar el trance, bienvenida sea, pero antes es determinada sociedad la que
genera (o no) los órganos necesarios.
Aparece entonces el tema de los valores de
cada uno, de los miedos, de las creencias, de los prejuicios, de las ideas. Hablar
de donar órganos es hablar de nuestra muerte o la de un ser querido, y es
comprensible que tengamos reparos en tocar ese tema. Hasta no hace tantos años,
los velorios, vestirse de luto, visitar la tumba de un familiar y morirse en la
casa de uno eran cosas habituales. En la actualidad, sólo podemos abordar a la
muerte si le sucede a otros, bien “lejanos” Por eso vemos “Mujeres asesinas”,
“El cadáver de la novia”, los chicos juegan al “Mortal Kombat”, decimos frases
como “este delantero te mata”, o “ese actor es un muerto”.
Sin embargo, sobre nuestra muerte y la de
nuestros seres queridos, hacemos más silencio que nunca. Un gran historiador
francés, Philippe Ariès, afirma que “el desfasaje entre la muerte novelesca,
que sigue siendo comunicativa, que sigue siendo real, y la muerte real
vergonzosa y callada, es uno de los rasgos más extraños pero significativos de
nuestro tiempo.” Y agrega Ariès: “La muerte se ha convertido en tabú y
reemplazó en el siglo XX al sexo como principal censura. Antes se les decía a
los chicos que nacían de un repollo, pero iban a los velorios. Hoy son iniciados desde la más tierna
infancia en la fisiología del amor, pero cuando se asombran porque ya no ven a su abuelo, les dicen que
está descansando en un bello jardín de flores”. Esta “censura moderna” sobre la
muerte propia dificulta, entre otras cosas, poder hablar con sinceridad de la
donación.
Otros argumentos para no donar: “A mí nadie
me ayudó. ¿Por qué tengo que ayudar a otro?. Me dijeron que en un hospital
dejaron morir a una persona, le sacaron el corazón y al día siguiente lo
remataban por Internet.”. También los hay más intelectualoides: “Hay que
respetar las creencias de cada uno”, “Inducir a donar es otra forma del control
estatal sobre los cuerpos”.
Bueno, al que es egoísta no creo que haya
argumento que lo convenza. Al resto, si aún no se puso en el lugar las cinco
mil personas en lista de espera y los miles de familiares correspondientes,
también se les podría decir que bien vale le pena ceder un poco de coherencia
religiosa por una causa como esta. Por otro lado, si volvemos como algo
intocable las “creencias” de cada grupo no hay gestión, no hay política, no hay
solidaridad. Porque, por ejemplo, hay culturas en las que está estipulado que
la mujer que tiene relaciones con un hombre que no es el marido, debe ser
asesinada a pedradas. ¿Deberíamos entonces no castigar ese crimen, si sucede en
nuestro país, porque “hay que respetar esa cultura”?
Por otra parte, creo que en algunos sectores
intelectuales existe la tentación de oponerse a cualquier consenso; si, por
caso, se cree que donar órganos es un acto de amor importante, o se sanciona la
“Ley del Donante presunto”, entonces se dirá que un “control estatal sobre los
cuerpos”. Aunque nos parezca increíble, también se dice lo mismo de las
virtudes de la leche materna. Sí, se descalifica diciendo que es otra “forma de
control social sobre el cuerpo de la mujer”. Tenemos el ejemplo del cigarrillo:
como hay cierto consenso en que hace muy mal a la salud, tanto del que fuma
como del que no, pero debe compartir espacio con el fumador, ya hay
intelectuales que se quejan de la “cruzada anti tabáquica” y hablan de respetar
“los derechos del fumador”.
Creo que el relativismo a ultranza lleva a la
indiferencia o a la parálisis. Estas ideas de que “todo da lo mismo”, de que
“cualquiera puede decir cualquier cosa”, de que cada valor siempre es relativo,
de que está mal emitir un juicio sobre una conducta de otro, nos desliza a un
presente de falta de compromiso. Me parece que desde los medios podemos
fomentar una toma de postura concreta sobre la donación de órganos, que respete
a quienes no quieren donar, pero que destaque la fantástica paradoja de poder
dar vida después de muerto. Y que hay miles de personas que, porque en otro
lugar del país alguien pensó en transformar dolor en alegría, hoy tienen
familias, estudian, juegan, trabajan, descansan, hacen deporte, ríen, viven.
Pienso en Marta Luna, pero también en Rodolfo
Wetzel, que todos los sábados se reúne con un grupo de trasplantados como él
para hacer natación y otros deportes.
Pero tampoco puedo dejar de pensar en Cristina Befart, que me contó, cuando la entrevisté para la
revista Tercer sector, que
desde hace quince años espera un riñón y, por lo tanto, desde hace quince años
está en hemodiálisis.
Hablemos de propuestas: como en tantos otros
órdenes, queda mucho por hacer. Pienso en un libro con entrevistas a personas
trasplantadas, realizadas por periodistas reconocidos; en que la temática
“donación de órganos” tenga un lugar inamovible en diarios, revistas
especializadas, programas de radio y de televisión y páginas de Internet; en
que parte de los segundos de publicidad con los que los canales pagan sus
multas se destinen a campañas pro-donación; en una página de Internet ágil,
entretenida y esperanzadora en donde los trasplantados nos cuenten sus
vivencias, y donde informemos de manera transparente cómo hacer para donar
órganos, y que este sitio se complemente con los otros dedicados a este tema.
Podríamos, a los que nos interese la temática,
unirnos en una red flexible para difundir las “historias de vida” de los
trasplantados y de quienes aún no lo son, que quieran compartir sus
experiencias. Podríamos también incitar a los médicos, cuya reputación social
es elevada, para que participen de charlas para concientizar y despejar dudas y
temores. Podríamos, también, fomentar las actividades que realizan la gran
cantidad de organizaciones de la sociedad civil que trabajan en este tema, como
Adetra o
También las empresas, en especial aquellas
que dicen llevar adelante planes de “responsabilidad social empresaria” podrían
multiplicar sus campañas internas. Por supuesto, esto no implica que el Estado
deje de hacerse cargo de sus responsabilidades, tanto desde Incucai, Cucaiba,
Buenos Aires Trasplante y demás organismos.
Por último, quisiera recordar a algunos de
los que se quedaron afuera de este camino, porque la sociedad argentina no supo
o no pudo darles vida. Lejos de luces, grabadores y cuadernos, ellos se fueron
en silencio: Elina Scialfa, rosarina de 61 años, se murió el 16 de julio de
2004 tras 16 días de estar en “emergencia nacional”. Miguel Ángel Vera: tenía
23 años, era correntino. Se murió en el Hospital Italiano, el 30 de junio de
2005, esperando un hígado para un trasplante. Estuvo 4 meses internado. Carla
Crespín: tenía 23 años. Falleció el 25 de marzo de 2006 en el Argerich. 20 días
antes empezó a tener fuertes dolores de cabeza y de estómago. La trasladaron de
Catamarca a Capital Federal, la pusieron en “emergencia nacional”, pero la
muerte se la llevó sin que llegara el órgano. Su papá, Juan Carlos, dijo: “Esto
es lamentable porque el donante no llegó a tiempo y mi hija Carla murió".
Como sobran las palabras y el tiempo no, termino acá.