Buenos Aires
 

Realizaron un exitoso trasplante cardiohepático

El paciente, de 62 años, fue dado de alta y ya viaja en transporte público

Lunes 30 de mayo de 2011

Nora Bär
LA NACION

Carlos Luna, empleado administrativo de la Municipalidad de Morón, estaba muy mal desde hacía cinco años.

"Tuve puesto un marcapasos durante tres años -cuenta-. Después me lo cambiaron por otro y ahí comencé el peor ciclo. Los últimos dos meses fueron un suplicio: no podía dormir por la falta de aire. Tenía que mantenerme sentado y dormitar apenas unos minutos, apoyado sobre la mesa. No lograba caminar ni cincuenta metros... Cuando entré acá [a la Fundación Favaloro], vine prácticamente desahuciado."

Luna, de 62 años, recibió en febrero el tercer trasplante cardiohepático que se realiza en el país (el primero fue en 2006, en el hospital Cosme Argerich), una intervención inusual, pero cuya frecuencia puede crecer, según vaticinan los especialistas, acompañando el aumento de una patología ligada con la obesidad y el sedentarismo: el hígado graso.

"El corazón y el hígado parecen no tener nada que ver; sin embargo, hay enfermedades que los afectan a ambos -dice el doctor Roberto Favaloro, que junto con el doctor Gabriel Gondolesi tuvieron a su cargo la operación de trasplante-. En este caso, sin embargo, las patologías eran independientes: por un lado, una miocardiopatía dilatada (corazón grande) con coronarias normales y, por otro, hígado graso. Cuando los dos órganos padecen enfermedades terminales, hay que hacer el trasplante combinado."

Según explica Gondolesi, como el hígado tiene un papel protagónico en el metabolismo de las grasas, ciertos déficits en el procesamiento de éstas pueden conducir a la enfermedad cardíaca por acumulación de lípidos en las coronarias.

En el caso de Luna, el cuadro que hizo necesario el trasplante de hígado fue una condición que los médicos denominan esteatohepatitis no alcohólica (NASH, según sus siglas en inglés) o hígado graso.

"Los depósitos de grasa en el hígado provocan inflamación y, si esto no se trata, a la larga llevan a la cirrosis", explica Gondolesi.

Hay varios factores que pueden condicionar el desarrollo de hígado graso, una afección que, en los Estados Unidos, afecta a entre el 17 y el 33% de la población.

"Estas cifras serían similares a las que se registran en el país. Es decir, que su prevalencia es bastante mayor de lo que comúnmente se piensa -subraya Gondolesi-. Incluso lo vemos en los donantes: muchos de los hígados para trasplante no pueden usarse porque presentan depósitos de grasa superiores al nivel considerado seguro (menos del 30%). El año pasado, por ejemplo, hicimos 63 trasplantes de hígado y descartamos entre 12 y 14 órganos porque tenían esteatosis por encima del valor de corte aceptable."

Una afección en alza

Carente de síntomas clínicos claros, los médicos empezaron a describir el hígado graso a fines de los años ochenta y en 1989 se realizó en Pittsburgh el primer trasplante cardiohepático.

"Es un trastorno que generalmente está asociado con el síndrome metabólico -resistencia a la insulina, diabetes tipo II, hipertensión y obesidad central, cuenta el especialista- y más particularmente con niveles altos de colesterol o desequilibrio de los triglicéridos. En el hígado, la grasa se deposita en «vacuolitas» en forma difusa, pero después éstas se unen y a veces llegan a desplazar al núcleo de la célula, lo que constituye un signo de la progresión de la enfermedad. Este proceso genera inflamación (esteatohepatitis), la persistencia de la inflamación llega a producir tractos de fibrosis y, cuando esos tractos se extienden, se presenta la cirrosis y el daño se hace irreversible: aparecen signos de insuficiencia hepática, como hipertensión portal, ascitis (líquido en el peritoneo), caída de las plaquetas, alteraciones en la coagulación..."

Probablemente, la mayor atención que se está dando al hígado graso se deba a que se trata de una patología prevenible con dieta y control médico adecuados.

"De los miles de pacientes que recibimos en el Centro de Vida de la Fundación, uno de cada cuatro tiene hígado graso -dice el hepatólogo Sebastián Raffa-, pero no todos harán una enfermedad importante. De ellos, entre un 5 y un 8% podrán con los años tener hígado graso con inflamación. Es, básicamente, un problema de sobrepeso. Haciendo dieta (comiendo más verduras y frutas) y ejercicio, la probabilidad de desarrollarlo se reduce."

El hígado graso es diagnosticable por medio de una ecografía cuando los niveles de grasa exceden el 20%. Según Gondolesi, la necesidad de trasplante por esta causa está aumentando en todo el mundo. "El crecimiento de la obesidad lleva a un mayor número de casos de esta patología -dice-. Antes, el hígado graso entraba en un gran conjunto que se llamaba cirrosis criptogénica; es decir, de origen no aclarado. Pero ahora que podemos afinar un poco más el diagnóstico sabemos que muchos de estos «criptogénicos», en realidad, son NASH. Es importante que se sepa, para poder prevenirlo."

Hoy, Luna, que tiene seis hijos y cinco nietos (además de otro en camino), se considera un privilegiado. "Les dije a los médicos que si no aparecían los órganos en seis meses, me volvía a casa -cuenta-, y justo dos días antes de que se cumpliera ese plazo me operaron. Pero me recuperé muy rápido. Cuatro días después de salir de terapia intensiva, empecé a caminar solo. Ya estoy en casa; salgo a hacer los mandados con mi señora... Aprovecho el sol a pleno. Nosotros somos de General Rodríguez y me vengo en transporte público. Hago una vida prácticamente normal. Es más: antes era diabético insulinodependiente y después de la operación no volví a usar insulina."

Y enseguida concluye: "Yo me quiero sentir bien. En mi casa todavía hay cosas que hacer y quisiera hacerlas ya".

25% de las consultas de hepatología

  • Uno de cada cuatro pacientes que consultan por problemas hepáticos tienen hígado graso.

Es una cirugía "mayor"

Si un trasplante cardíaco exige cuatro horas de trabajo en el quirófano, un trasplante cardiohepático tarda entre 12 y 14.

"Requiere un gran trabajo de equipo -dice Roberto Favaloro-. Hay que tener cirujanos entrenados en trasplante cardíaco y en trasplante hepático, pero además que haya una buena comunión entre ellos."

Primero se trasplanta el corazón y, una vez que se comprueba que está funcionando correctamente, se inicia el abordaje del abdomen. "Como el hígado se encarga de producir factores de la coagulación -explica Gabriel Gondolesi-, dejamos el tórax abierto mientras implantamos el hígado y verificamos que funcione correctamente. Luego se sutura el abdomen y finalmente el tórax."

Según afirman los especialistas, es importante asegurar que el hígado no tenga más de un 30% de grasa macrovesicular, porque de lo contrario los riesgos de que no funcione (lo que se llama "disfunción primaria del injerto") son muy altos. "Y si el hígado no anda y no hay otro -aclara Gondolesi-, el paciente no tiene chances."

 

 

 

 

Volver al menú principal